Nostalgia encubierta
Pienso en sus palabras de pie frente al mar: “Esta tarde se siente como un recuerdo”.
La frase de Tania no era más que un hechizo básico, uno que se volvía realidad con solo enunciarlo. Imposible no soltar una risita en medio de tal dramatismo, para mí suerte, ella que nunca se tomaba nada a pecho, siguió contemplando el basto océano a través de sus descomunales gafas de micas color azul. La animé a ir por unas cañas acompañadas de una orden de papas bravas, pequeños manjares fritos que alegran esa parte del alma que se refugia en el estómago. Caminamos, dejando a nuestras espaldas un lánguido sol que cubría todo con destellos rojizos mientras nosotras nos transformábamos en un recuerdo.
En un abrir y cerrar de ojos ya era 2020. Durante una videollamada, Tania brincaba de un tema a otro con singular entusiasmo hasta que, para mi sorpresa, se detuvo en una sensación “¿Recuerdas el vapor?”. Sí lo recordaba… ese vapor que inunda tu boca al primer bocado mientras minúsculos granos de sal navegan por tu paladar y lengua en un vaivén picante, lo suficientemente picante como para bautizar 150 gramos de tubérculos amarillos como una orden de papas bravas.
Poco a poco se fue develando que, de aquella inquietante tarde de verano, mi amiga solo recordaba la experiencia gastronómica en el bar, borrando por completo el drama, las reflexiones existencialistas y el andar nostálgico. Bien dicen que la memoria humana es un acto creativo. No la contradije, los sucesos de los últimos meses se habían encargado de menguar nuestros egos sistemáticamente, por lo que preferí desarrollar aquel tópico amable y hablar durante una hora sobre la comida tiene un espacio en nuestro corazón. Antes de despedirse, Tania prometió cocinarme algo especial, algo para celebrar mi cumpleaños. “Un banquete digno para agradecer que estamos justo en el lugar donde debemos estar” dijo en un tono casi tan sabio como el de Thích Nhất Hạnh. Me pregunto si ya se habrá olvidado o si yo lo he imaginado.
Es un hecho innegable que del pasado solo mantenemos los números telefónicos de quienes solíamos ser. Aún así logramos encontrar la forma de congeniar con nuestros seres amados, lo justo para sobrellevar a su lado este inquietante mundo asolado por fantasmas de nosotros mismos y, sobre todo, para compartir un buen aperitivo.